Se
ha dicho muy a menudo que todas las historias ya están contadas, que el número
de argumentos es limitado y que no hacemos otra cosa que repetirlos. Seguramente
es cierto. Todos hemos visto decenas de películas que cuentan la misma
historia, con las mínimas variaciones de los nombres de los personajes y de la
época en que está ambientada.
Pero
esto no es necesariamente malo. Robert Louis Stevenson, en el poema introductorio
a « La isla del tesoro », de 1883,
evoca lo mucho que disfrutó siempre con las historias de piratas.
Y se refiere a ellas con estas palabras: “And all the old romance, retold, /exactly in the ancient
way”.
Es decir, las historias de siempre contadas
como siempre se han contado.
Al
escribir la isla del tesoro sólo pretende continuar una tradición narrativa,
volver a contar otra vez esas historias de piratas que a él siempre le gustaron
y que otros muchos habían contado antes.
Esta idea la recoge también Dorothy M. Johnson unos 60 años después en su cuento "El incrédulo" con estas palabras: "Mitchell volvió a contar la misma historia...sin cambiar una sola minucia, tal y como se supone que las historias han ser narradas."
No
obstante hay veces en que las
similitudes entre las historias son tan concretas que sólo se puede pensar en que un autor ha leído
al otro y ha decidido usar el mismo recurso.
Propongamos
esta historia: una persona se ve atrapada por alguien que le va
a torturar sádicamente antes de matarlo. Sabe que no tiene escapatoria, pero no quiere sufrir. Al final logra engañar a los torturadores para que le maten sin sufrimiento. Los torturadores se dan cuenta de que han sido burlados por la victima, que logra así una
victoria póstuma.
La primera versión que leí de esta historia es
la de Hugo Pratt, en la aventura de Corto Maltés, “Hongos y cabezas”, de 1970. Está ambientada en las selvas amazónicas y
acaba con Corto Maltés observando una cabeza reducida por los jíbaros que quizá
sea la del protagonista de la burla .
Pero es que 19 años antes, en
1951, Harvey Kurtzman había escrito y
dibujado otra versión del tema para la revista "Two –Fisted Tales", que llamó “Jivaro
death!”, aquí traducida por el más prosaico “Muerte a manos de los jíbaros”.
Está también ambientada en el río Amazonas y el protagonista también acaba con
su cabeza reducida. Curiosa
coincidencia.
No
sé si Pratt había leído la historieta de Kurtzman, pero estoy seguro de ambos
conocían el estupendo cuento de Jack
London (1876-1916) de donde tomo el nombre para esta entrada: “El burlado”
(“Lost face”).
Aquí
hay cambios: El protagonista es un
polaco que, después de fracasar en distinta revueltas por la independencia de
su país, acaba atravesando Siberia y llegando a Alaska cuando los rusos empezaban
a establecerse allí, poco antes de 1790 (por lo que se dice en el cuento
respecto a la presencia de españoles en las costas de Alaska). Allí los rusos abusan y explotan brutalmente a
los indígenas hasta que estos se rebelan y acaban con los explotadores
torturándolos todo lo que pueden. El último que queda, el protagonista, se
enfrenta al odio de un indígena al que obligaron a trabajar a latigazos. Aquí,
como en Pratt, uno de los torturadores indígenas conoce personalmente a los
blancos y tiene comprensibles razones para odiarlos.
Siguen
los párrafos más significativos del cuento de Jack London.
¡Oh, Makamuk! -le dijo-. Yo no estoy
destinado a morir. Soy un gran hombre y sería una locura que muriera. En verdad
debo seguir viviendo. Yo no soy como esta carroña -miró el bulto gimiente que
había sido el Gran Iván y lo rozó despectivamente con la punta de su mocasín-.
Yo sé demasiado para morir. Mira que poseo una gran medicina. Yo sólo sé el
secreto. Y como no voy a morir, cambiaré la medicina contigo.
-¿Qué medicina es esa? -preguntó Makamuk.
-Te
lo diré. Si aplicas un poco de esta medicina a tu piel, ésta se vuelve tan dura
como la piedra, tan dura como el hierro, de modo que ni el arma más afilada
puede cortarla. El filo más agudo, el golpe más fiero, resultan vanos contra
ella. Esa medicina torna el cuchillo de hueso en un pedazo de barro y mella el
filo de los cuchillos de acero que nosotros les hemos dado a conocer. ¿Qué me
darás a cambio de mi secreto?
-Esto es absurdo -dijo Makamuk-. No existe
tal medicina. No puede ser. Nada puede resistir al filo del cuchillo -Makamuk
no lo creía... y, sin embargo, dudaba.
Subienkow no perdió mucho tiempo mientras
reunía los ingredientes para su pócima. Seleccionó todo lo que le vino a las
manos: agujas de abeto, cortezas de sauce, un trozo de corteza de abedul y unas
bayas que hizo extraer de la tierra a los cazadores después de limpiar el terreno
de nieve. Recogió por último unas cuantas raíces heladas y regresó al
campamento.
Y mientras se frotaba el cuello con aquella
mixtura entonó gravemente una estrofa de La Marsellesa. Levantó la mano. Makamuk
blandió el hacha, una segura de las que utilizaban los indios para cortar
troncos. El acero hendió como un rayo el aire helado, se detuvo una fracción de
segundo a la altura de su cabeza y descendió después sobre el cuello desnudo de
Subienkow. Carne y hueso cortó la hoja limpiamente, abriendo después una
profunda hendidura en el tronco. Los salvajes, asombrados, vieron caer la
cabeza a un metro de distancia del tronco ensangrentado.
Se hizo un profundo silencio, durante el
cual, poco a poco, se fue abriendo camino en las mentes de aquellos salvajes la
idea de que no existía tal medicina. El ladrón de pieles los había engañado. De todos los prisioneros, sólo él había
escapado de la tortura. En eso había consistido su jugada. De pronto se
levantó una oleada de risotadas. Makamuk agachó la cabeza avergonzado. El ladrón de pieles lo había burlado.
Lo había ridiculizado ante los ojos de todos.
Y
lo mejor de todo es que esta misma historia ya se contó mucho antes. En 1516 Ludovico
Ariosto publica el poema “Orlando
Furioso”. Relata las aventuras de
Orlando (Roldán en España) y otros
muchos caballeros andantes, tanto musulmanes como cristianos, en los tiempos de
Carlo Magno. Dentro de las infinitas aventuras de todo tipo que viven los numerosos
personajes del libro, encontramos la trágica historia de la dama Isabela y su
enamorado caballero Zerbino: Tienen la desgracia de toparse con el bestial y depravado
caballero Rodomonte, que nada más ver a la dama quiere raptarla. Zerbino la
defiende pero muere a manos de Rodomonte y la infeliz Isabela queda a su
merced. Ella, temerosa de todo lo que le puede pasar con ese energúmeno, decide
que seguirá fiel a su difunto Zerbino y de ninguna manera dejará que la viole y
la deshonre.
Ya no sabe qué hacer, pues ve que crece
el
apetito ciego del pagano,
con
quien, ansioso del lascivo acto,
cualquier
oposición será baldía.
…………..
Y
así le dijo al sucio sarraceno
cuando
acudió con actos y palabras
privados
ya de aquella cortesía
que
le había mostrado inicialmente:
-Si
lográis que con vos yo esté segura
de
mi honor sin motivo ni recelo,
os daré a cambio algo
más preciado
para vos que el
haberme deshonrado.
Hay una hierba que al pasar he visto
y
que puede encontrarse fácilmente,
que
cocida con hiedra y ruda al fuego
con
leña de ciprés y machacada
por
inocente mano, suelta un jugo.
Quien tres veces con
él se moja el cuerpo,
de tal manera el
luego lo endurece,
que del hierro y del
fuego lo protege.
Prometió reprimir su violencia
y
esforzarse en no hacerle ningún daño
hasta
no comprobar si eran reales
las virtudes del agua milagrosa.
Pero
no piensa mantener el pacto,
pues ni a Dios ni a los santos reverencia,
y
Rodomonte en falsedad supera
a
toda la mendaz África entera.
Mientras
Isabela prepara la poción, Rodomonte espera bebiendo vino en abundancia. En
este mundo de caballeros andantes la magia es una cosa de lo más habitual, pero
Ariosto reconoce que el bárbaro Rodomonte, sobrio, quizá no hubiera caído en el engaño.
-Quiero ser la primera que se tome
este
óptimo licor de virtud lleno,
por
si habíais pensado que mi pócima
escondía
un mortífero veneno.
Con
él me mojaré completamente
la
cabeza y el cuello y todo el pecho;
después
con fuerza clávame tu espada:
Verás
si es eficaz, o si ésta taja.
Se untó y alegre puso su desnudo
cuello
delante del pagano incauto,
incauto
y derrotado por el vino,
contra
el que no hay broquel ni arnés que valga.
La
creyó, en fin, el bruto sarraceno
y
descargó con fuerza su estocada:
la
cabeza, de Amor morada antaño,
se
separó del cuerpo mutilado.
.......
Quedó en tierra, burlado y ofendido,
aquel
nuevo Breusse tan despiadado,
y
cuando digirió el montón de vino,
lloró su error y se
quedó mohíno.
Esta
variante, la más antigua, es la más original, aunque sólo sea porque la
protagoniza una mujer . No sé si Ariosto se basó en alguna historia previa. No
sería raro.
En todos los casos se dan siempre las mismas constantes: preferir
la muerte a la tortura (aunque en el Furioso parece pesar más el miedo a la
deshonra); la pócima hecha con hierbas, y, sobre todo, la vergüenza que siente
el que se sabe burlado por ser un ingenuo que se cree lo de la magia. Este
sentimiento hace que el asesinado, pero no torturado, obtenga una póstuma victoria pírrica .
Una curiosa variación, mucho menos trágica, sobre este tema de
engañar al verdugo la podemos encontrar en el mismísimo Lope de Vega, en su
obra “Arauco domado” (1625), en que trata de la actuación de García Hurtado de Mendoza
en la guerra contra los araucanos en el Chile de la década de 1550. Aquí el
personaje del “gracioso”, el español Rebolledo, cae en manos de los araucanos Tucapel,
Gualeva y Puquelco, que le amenazan con cocinarlo y comérselo. En este caso no
se trata de que lo maten sin hacerlo sufrir. Rebolledo, astuto, logra que no lo
maten amenazando con que si se lo comen él los matará a ellos:
REBOLLEDO
Hoy
tengo de perecer.
TUCAPEL
Algo me
parece seco;
mas,
mientras voy a la junta
que hace
Caupolicán,
Puquelco,
al pecho le apunta.
PUQUELCO
¿Qué
parte dél asarán?
TUCAPEL
Graciosa
está la pregunta.
Ásale entero, que quiero
comérmele todo entero
de rabia de don Filipe,
y
Gualeva participe
si aquí
me espera.
GUALEVA
Aquí
espero,
(Vase TUCAPEL.)
REBOLLEDO
Acabose;
hoy imitamos
al
bendito San Lorenzo.
……
REBOLLEDO
¡Bravo aprieto!
¡Pero si valgo difunto
más que vivo! Porque efeto
no sirvo al Rey, que es
razón
a mi patria y mi nación.
GUALEVA
¿Muerto los puedes servir
más que vivo?
REBOLLEDO
Si a morir
me faltaba el corazón,
ya le tengo por vengarme
en mataros. ¡Ea, llegad!
¡Llegad! ¡Empezad a asarme!
¡Encended fuego! ¡Acabad!
¿Qué os detenéis en
matarme?
GUALEVA
Pues, ¿muerto nos darás muerte?
¿No me dirás de qué suerte?
REBOLLEDO
Tengo cierta enfermedad
de tan mala calidad
que por mis venas se vierte
a manera de veneno,
y si algún ave en España
o animal della está lleno,
tanto al que le come daña
que muere de seso ajeno.
Asadme, porque dé muerte
a Tucapel desta suerte
y sirva a mi General
en quitaros hombre igual,
tan atrevido y tan fuerte.
PUQUELCO
¡Mira lo que haces, señora!
GUALEVA
¿Qué nombre ha puesto la Fama
a esa enfermedad traidora?
REBOLLEDO
‘Escapatoria’ se llama.
GUALEVA
Ahora bien, dejalde agora.
REBOLLEDO
¿Cómo dejar? ¡Eso no,
vive Dios, que me han de
asar!
GUALEVA
¿No es mejor vivir, si yo
la vida te quiero dar?
REBOLLEDO
Quien desdichado nació,
¿en qué acertará a servir
a su Rey y a su nación?
¡Oh, qué mal hice en decir
mi enfermedad!
GUALEVA
La traición
aún no la supo encubrir.
¡Traedle preso!
REBOLLEDO
¡Oh, qué gloria
me quitáis!