martes, 14 de julio de 2020

EL PRESTIGIO INTELECTUAL DE LOS DIBUJOS FEOS: "LA CIUDAD DE CRISTAL" DE ISABEL GREENBERG

     Una parte de lo que hemos dado en llamar “Novela Gráfica”  busca dirigirse a  un tipo de lector adulto y culto (en un sentido generalista) que no sea el tradicional de los tebeos o cómics. Para eso la Novela Gráfica debe diferenciarse  de estos últimos de manera inequívoca. para lograrlo utiliza dos estrategias muy claras  (hay más, pero de momento me fijo en estas):

    1-La temática. Adaptaciones de grandes clásicos de la literatura universal o que nos cuentan aspectos de la biografía de estos grandes autores o grandes personajes de la historia cultural: James Joyce, Milton, Thomas Bernhard, Chesterton, Kafka,  Lorca, Buñuel…

   Esta referencia a la Alta Cultura proporciona lo que yo llamo “coartada cultural”: al leerlo puedes tener la conciencia tranquila porque no estás leyendo un simple tebeo sino algo con intenciones intelectuales mucho más elevadas, algo relacionado con la Cultura-de-verdad.

    2- Diferenciación estética. Hay que combinar esa temática elevada  con un aspecto gráfico “vanguardista”, que no recuerde a lo que se entiende como  clásico dibujo de cómic. Se ha optado por el dibujo deliberadamente desmañado, a menudo más cercano al registro gráfico del humor de prensa o de ilustración para niños. Un dibujo de aires “primitivos”.  Ernst Gombrich escribió un libro titulado “La preferencia por lo primitivo” en el que analiza la idea, que siempre ha existido entre los filósofos del arte de todas las etapas de la historia, de que el arte de los pueblos “primitivos”, como el arte de los niños, tiene más inmediatez y transmite más sinceridad, frescura y más verdad que el arte de los artistas entrenados, que dominan la técnica y que tienen escuela, y que, por tanto, nos dan una expresión mediatizada, adocenada, en la que el exhibicionismo técnico se impone y oculta  la expresión sincera.

    Por supuesto que si estos dos principios se encuadernan en un tomo bien gordo, con tapas de cartoné, y a todo color en papel mate de buen gramaje, que cueste por lo menos 30 euros,  tienes una verdadera “Novela Gráfica”.

  Ejemplo de lo que digo: “La Ciudad de Cristal”, de Isabel Greenberg.

Lo compré porque había leído unas cuantas críticas muy elogiosas. Ya en la portada te dejan claro que el tocho trata de la vida de las hermanas Brontë. Es decir, que el contenido es “alta cultura”.  Hasta ahí, bien. El argumento me puede interesar. 

 ¿Y los dibujos? Pues aquí es donde me surgen todas las dudas que me han llevado a escribir esto: Son los más feos que me he encontrado en mucho tiempo.  Bueno, no es que sean feos, es que son de una torpeza que, cuando hacía fanzines de fotocopias grapadas, no se admitía. 



       El color lo arregla bastante, es verdad, pero no deja de producirme un raro desconcierto que alguien con tan evidentes carencias considere válidos esos monigotes. Y que un editor lo considere material que vale la pena publicar.  Aunque lo cierto es que la crítica les da la razón. 

    Por lo que he leído Isabel Greenberg es,  ahora mismo, una de las ilustradoras punteras en el Reino Unido. De hecho se nota que es más ilustradora porque las grandes composiciones de páginas dobles le quedan bastante resultonas. 




    Sé que lo de “dibujar bien” es algo muy discutido y discutible. Y más después de lo que el siglo XX  ha supuesto en el ámbito de las artes plásticas.  Yo no necesito que, para ser buenos, todos los dibujantes de tebeos deban ser Alex Raymond o Ralph Meyer. Pero sí que creo creo que para que un tebeo esté bien dibujado debe haber una adecuación entre lo que se pretende expresar y el cómo se expresa: Vuillemin, por ejemplo; Luis Durán;  Benjamin Marra.

   También ocurre que ciertos registros gráficos pueden ser muy eficaces en las distancias cortas, es decir, la ilustración de un texto o el chiste gráfico en  un periódico, donde lo importante es la inmediatez,  pero no lo sean tanto para una narración de largo aliento. Me gusta el grafismo de Peridis en sus viñetas diarias porque veo una al día. Pero una historia continuada de 200 páginas con una viñeta tras otra dibujadas así, no sé si lo soportaría.

    Greenberg parece recrearse en su torpeza, creo que sólo en parte deliberada, y nos da rostros feos, figuras informes, empeñándose en dibujar manos y pies absurdamente minúsculos. 


Las manos que dibuja son las más amorfas que he visto en mi vida. Y desde luego no son las del Guernica de Picasso ni las de Gauyasamín. 

Y no siempre parece tener en cuenta el tamaño al que serán reproducidos los dibujos.  








Si en las páginas dobles hace ilustraciones bastante bien construidas, en las viñetas normales compone de manera muy descuidada y descompensada. 





No parece entender algunos de los recursos básicos del medio que está empleando, y, por ejemplo,   necesita que el rabillo de los bocadillos con los diálogos salgan necesariamente de la boca de los personajes que hablan, con lo que a menudo ahoga las figuras mientras deja enormes vacíos en otras partes de la viñeta.




Ni siquiera parece estar muy segura de las capacidades expresivas de sus dibujos, ya que muy a menudo se siente en la obligación de acompañarlos con alguna palabra que nos explique lo que debemos entender. Y, la verdad, es que a veces sí que son muy necesarias. 










     El  color es como el azúcar con que se doraban las píldoras para disimular su mal sabor y hacerlas más pasables. Gracias al color su manera de emborronar al tuntún y ensuciar los fondos para compensar con manchas los desequilibrios compositivos pasa un poco desapercibida. Esto se puede comprobar en algunas de las imágenes ya puestas.

En fin, no sé. Sólo pretendo expresar mi personal perplejidad de viejo lector de tebeos ante unos productos editoriales que logran éxito de crítica y que se convierten en prestigiosos y lujosos objetos de consumo cultural. Hay ocasiones en que no lo entiendo.